jueves, 22 de marzo de 2012

Pequeño comentario personal y literario...

Quiero compartir las sensaciones y gustos que me han provocando, y me están provocando, las últimas lecturas. Estos días he disfrutado mucho con los relatos de O.Henry, me gustaron especialmente: Best - seller; El tiro por la culata; El regalo de los Reyes Magos; La última hoja; Déjeme tomarle el pulso y La venganza de Cisco-Kid. Genuinamente norteamericano, me encantó la sutil ironía de las historias, su sencillez aparente, su lenguaje.

Llevo semanas deslumbrada con Jaume Cabré, he leído un tercio de su imnensa novela: Yo confieso; a diario espero ansiosa el momemto de retomarlo y me cuesta cerrarlo... creo que me he enamorado.
Acabo de leer que en Alemania lleva vendidos 450.000 ejemplares y que allí lo adoran, lo entiendo perfectamente. Y siento envidia. 
Sobre Cabré y su obra, y lo que nos dice, hablaremos 19 de abril.

lunes, 19 de marzo de 2012

Apuntillos a la (¿bien/mal?) llamada novela de Anticipación Social

Apuntillos a la (¿bien/mal?) llamada novela de Anticipación Social

2ª entrega


Criterio nº 3, y posiblemente el más significativo: la anticipación social está basada en la distancia particular entre intimismo y holismo. Las novelas de Self, Coupland o Amis suelen funcionar con un mismo esquema: se aplican, con precisión quirúrgica, al destino, a los sentimientos de un personaje único, solitario -o a un grupo de personajes homogéneos (Coupland en Generación X)- que se mueve en el corazón de una intriga de alcance mesiánico que va más allá de la época en la que se desarrolla. El destino del protagonista es emblemático y portador de un sentido que le supera. Nunca llega a ser actor de la Historia sino portador de toda la Historia del ser humano, ya sea porque forma parte de un fenómeno determinante (La segunda oportunidad, de Coupland)  ya sea porque es víctima de un acontecimiento singular que sintetiza la situación histórica de una sociedad (la constante kafkiana que encontramos en las novelas de Ellis). Dicho de modo más simple: la “genialidad”, si se puede llamar así, de los novelistas de la A.S. reside, al modo de los entomólogos, en mezclar lo infinitamente pequeño con lo infinitamente grande. La historia está siempre presente, pero ya es futuro. Un buen ejemplo puede ser el protagonista de La flecha del tiempo, de Martin Amis, en la que “se carga” a la Shoa a partir de una abracadabrante experiencia de inversión de la cadena histórica.

Criterio nº 4: Otro punto en común a los novelistas de la A.S. es su moralismo y su carácter satírico. Lo “escandaloso” acompaña siempre a sus “bestsellers”. Ellis, Coupland, Self o Amis atacan, a veces de cara y a veces por los bajos,  a sociedades en plena reconstrucción puritana. Recordemos al Ellis que dinamita la América triunfante de los años 80; o a la  Generación X  de Coupland que arrastra su languidez juvenil en formas de sociabilidad agotadas y que ha heredado de los múltiples espejismos del 68 francés. La Inglaterra de Amis se pudre bajo el “thatcherismo” y la de Self revienta al punto de aparecer presentada en la forma de una sociedad de primates (Grandes simios) o de muertos vivientes (Cómo viven los muertos). La novela de A.S., novela de fin de siglo, es una literatura decadente y sus protagonistas denuncian las imperfecciones de la sociedad liberal y claman, más o menos,  por un retorno a los valores humanistas. Por ejemplo, Coupland no duda en practicar el angelismo y, normalmente, disuelve la negrura de sus obras en finales felices un tanto nebulosos y seudoreligiosos (Miss Wioming, Microsiervos) Los demás se salen con piruetas finales que les permiten salvar la cara ante su numeroso público. Quizá sea Ellis el más “valiente” pero pocas veces asume el amoralismo de sus personajes. Es uno de los reproches más frecuentes a estos novelistas: no son buenos” rematadores” de sus novelas.

Es una “escuela” todavía joven y que va más allá de estos escritores que hemos mencionado líneas arriba. Y aquí podríamos añadir a Chuck Palahniuk y al mismísimo Houllebecq, que, con personalidad literaria propia, profundizan en los surcos trazados por los anteriores.
Ahora, el ideal sería ir mostrando, a través de algunas de sus novelas más interesantes, que estamos ante una categoría narrativa original y que puede considerarse, en muchos aspectos, como una de las más representativas y productivas de los últimos veinte años. Pero eso sería otra historia que, pienso yo, debería escribir cada uno desde su propia historia lectora, y siempre que le interese.

chau, chau  

Sergio





domingo, 18 de marzo de 2012

Vidas Minúsculas y los Once de Pierre Michon

Os adjunto un comentario de Vidas Minúsculas y Los Once de Pierre Michon

I.- "Vidas minúsculas", me parece una preciosa galería de retratos. El virtuosismo no lo pone ni el dibujo ni el color ni la expresión de los personajes. Claro, como no es una cuadro, el color lo pone una prosa maravillosa que sabe encontrar la prosodia que le va a cada personaje. Me gustan más los retratos antiguos: Dufourneu, el ausente, y los abuelos, Eugene y Clara; o los más ajenos al narrador-escritor, como el cura Georges Bandy o la pequeña muerta. Me gusta cuando la figura del narrador- escritor es tangencial, cuando va emergiendo, cobrando relieve a través de otros. Sin embrago, cuando su perfil se vuelve muy pleno, muy claro la novela empieza a tomar un sesgo demasiado autobiográfico, me interesa menos. De todas formas, supongo que, al final, Michon consigue lo que persigue: que la escritura se coma la vida, que él mismo solo nazca a la luz del mundo mediante un torrente de palabras, de hermosísimas palabras. Pero, en mi opinión, en todo esto hay un peligro: cuando las hermosas palabras no van de la mano de la vida, sino que la intentan suplantar, se vuelven un tanto alambicadas, demasiado cerradas en sí mismas, les falta impulso, fin.

II.- "Los once" me fascinó. El lenguaje es igual de brillante, pero aquí, en mi opinión, se inserta en una estructura narrativa más sólida. Y, además, es algo distinto. Me gusta su propuesta: vamos a escribir un cuadro. ¿Esto es nuevo? Ya lo hizo Foucault, con las Meninas o con la pipa-que-no-es-una-pipa de Magritte, o con la camarera de Matisse. También lo ha hecho, hace muy poco, Calasso con los cuadros de Tiepolo. Pero Michon, en esta novela, hace algo diferente. Porque no se nos cuenta un cuadro, ni se escoge un cuadro para una sesuda o brillante disertación sobre el concepto de representación. Aquí se novela un cuadro. Y se novela con lo más genuino y característico de las novelas: soñando mundos que no son hasta que el autor y el lector los alumbran. Por eso, porque quiere novelar, Michon no nos cuenta un cuadro, sino que sueña un cuadro, se lo inventa con nosotros, sus lectores.
¿Y que nos ofrece el libro- cuadro? Le he dado muchas vueltas y no acabo de encontrar una metáfora clara, rotunda. Yo creo que más que una metáfora o un enredo metaliterario, el cuadro es, sobre todo, un eficacísimo recurso literario. Es, como ya he dicho, un recurso original, brillante; pero además nos sirve para mostrar y ocultar una novela histórica. Porque yo creo que "los once" es una novela histórica, pero no, desde luego, una novela histórica convencional. No necesita ni utiliza una trama, le basta con ofrecernos una pincelada, una pincelada difusa pero vigorosa que nos muestre el rostro de aquel terror que, al mismo tiempo, es la imagen de un sueño roto. Y con esa pincelada nos brinda un retrato fidelísimo y extraordinariamente vivo de la época. Porque en esos once vemos la convicción, la ilusión, el impulso, la fuerza, la determinación inquebrantable de cambiar las cosas. Pero lo que mejor vemos es lo que ocurre cuando el impulso va sin freno: pues que los monstruos ocupan a su antojo los sueños de la razón y que ese nuevo Dios soñado se convierte en un ídolo sanguinario. Esos once poetas eran tan sólo el brazo ejecutor de la voluntad general, de esa voluntad general indivisible, inalienable, inapelable, infalible; esa voluntad general llamada a hacer realidad el sueño de la libertad: que cada hombre dándose a todos no se dé mas que a sí mismo. Esa voluntad general era el sueño de la razón, el sueño que hizo diosa a la razón. Y ellos, los once, su humilde y etéreo brazo ejecutor, brazo ejecutor que se limitaba a hacer subir y bajar la cuchilla para ofrecer, una vez más, un sacrificio de sangre y muerte a su diosa. Al final, nos topamos con la historia de siempre: allá donde exista un Dios que acapare el poder, aparecen unos sumos sacerdotes dispuestos a administrarlo. Y más al final aún, allá a lo lejos, ya se vislumbra "el polvo incalculable que fue ejércitos" de que hablaba Borges; el guardián de la revolución, el salvador de la patria que la cobija a la sombra de las bayonetas.
Por lo demás, la estructura de la novela es bastante sencilla.
El inicio parece un poco desconcertante. Nos presenta a alguien que no sabemos muy bien quién es, pero que ya suponemos que ha de ser el autor del cuadro que da nombre al libro. Y nos lo presenta, igualmente, a través de un cuadro, un fresco de Tiepolo.
En el capítulo segundo, comienza a narrarnos la biografía de Corentín. Aquí ya aparece de forma clara, el elemento narrativo que da cuerpo a la estructura del libro: ese caballero, esa segunda persona con la que dialoga el narrador y que parece acompañarlo en la visita al Louvre, donde el cuadro se encuentra. De este modo, todo lo que nos cuenta se estructura a través de esa visita. En la antesala tenemos la información biográfica de Corentín, así como la de los propios personajes retratados en el cuadro. Ello da pie al relato de la primera parte del libro, aunque esta información es, por supuesto, recreada y amplificada por el narrador con un lenguaje deslumbrante. La segunda parte del libro, nos cuenta la forma en que el cuadro fue encargado, encargo que oculta una intriga política. El narrador vuelve a jugar con los materiales que parecen en la antesala del Louvre, así como con una cita apócrifa de doce páginas que la Historia de la Revolución Francesa de Michelet dedica al cuadro. Aunque, una vez más, en la recreación literaria de todo este material, Michon se permite todo tipo de maravillosas licencias.
Me gusta especialmente la primera parte del libro, el relato de la infancia de Corentín. Michon, al contarnos su historia, nos zambulle en el alma del pueblo, ese alma que se ahoga en el barro sobre el que los poderosos colocan los pilares de su fortuna, antes igual que ahora (lo recuerda varias veces). Eso que los "once" tendrían que haber cambiado y que, por supuesto, no cambiaron; eso de lo que sólo por azar, uno de cada cien, uno de cada mil o uno de cada diez mil, se puede librar; se libró Corentín y esto le permitió pintar a "los once"... aquellos que todo lo tenían que cambiar y nada cambiaron.

Javier Suárez

viernes, 16 de marzo de 2012

Apuntillos a la -¿bien/mal?- llamada novela de Anticipación Social

1ª entrega
Me estaba ya dando una cierta vergüenza hablar en el grupo, en alguna ocasión que otra,  de novela de anticipación social y decir al respecto una o dos generalidades. De esa vergüenza nacen estas notas que, posiblemente no sean más que, no ya solo una o dos, sino cuatro o cinco,  generalidades al fin y al cabo.

Pienso que no es fácil que algo nuevo nazca hoy bajo el sol de lo que llamamos novela. En el caso que nos ocupa, tampoco me lo acabo de creer. De todos modos, hay críticos literarios anglosajones y también algún francés que otro que, a sabiendas de las imprecisiones e inseguridades que rodean a su definición, se animan a elevar a nueva categoría narrativa los rasgos de una serie de novelas y de autores actuales que, en su opinión, se escapan de las clasificaciones al uso de las categorías, o subcategorías, literarias actuales.  Es lo que denominan “novela de anticipación social”.

Y, sin embargo, buena parte de los autores de estas novelas a los que esos críticos meten en este mismo saco de la novela de A.S., reconocen su deuda con modelos anteriores (y posiblemente mejores) como Jonathan Swift, Lawrence Stern, Jack London y, posteriormente, Fitzgerald, Kafka e incluso Borroughs. Y, en mi pobre opinión, hasta se podría reprochar a estos críticos que para algunas de la novelas que denominan de A.S. ya existía la categoría “ciencia ficción” (en la línea de Orwell y Wells) o, más sencillamente, la de “novela satírica” y, en este caso, hasta podríamos remontarnos a Monsieur Rabelais.
 
No se trata, pues, de una categoría bien definida y requeriría una mayor explicitación. Pese a todo, pienso que es interesante saber en qué criterios se apoyan para hacer esta distinción. Seré breve en la exposición para no dar la vara ilustrada al personal. Y para parecerlo, dividiré estos “apuntillos en 2 Entregas.

Criterio nº 1: La novela de A.S. no es ciencia ficción porque en ella no se apela a universos distantes. Sus historias son contemporáneas, fechadas y ancladas en la realidad de los seres humanos. Es verdad que Will Self, uno de los escritores-bandera de esta categoría, se aleja a veces mucho de esa realidad (en Grandes simios, por ejemplo), pero lo hace con la precaución suficiente para no salirse del campo de comprensión del lector actual.

Criterio nº 2: La novela de A.S. se organiza, casi siempre, en torno a una estructura narrativa tradicional. A Scott Fitzgerald, considerado como padre fundador, le interesa más el fondo que la forma. A los novelistas de la A.S. tampoco les preocupa especialmente la investigación formal en sus historias. En este sentido, me atrevería a decir que la mayoría de sus novelas son “populares” (muchas han sido bestsellers en sus países de origen y muchas han sido criticadas, negativamente, por su pobreza formal). Su estructura suele ser lineal y con enfoques narrativos tradicionales (omnisciente, por ejemplo, en Martin Amis, o adoptando el punto de vista de un personaje en los casos de Douglas Coupland y Will Self). Quizá sea Martin Amis el que más se preocupa de las cuestiones formales; sobre todo en una de sus mejores novelas, La flecha del tiempo. 

Nota: Dejaré para la 2ª entrega otros dos criterios, los más interesantes, así como un pequeño rosario de los novelistas que aparecen más frecuentemente adscritos la novela de A.S.
Chau, chau..

Sergio