sábado, 29 de diciembre de 2012

   Estimados compañeros de lecturas, al mismo tiempo que enviaba al blog mis comentarios sobre La Cena de Herman Koch, recibía un mail de mi hija en el que me comenta su impresión de la novela. Disculparme mi atrevimiento, pero considero que aporta cosas interesantes que nos pueden dar pie para debatir.


Hola papi!!

 La Cena. 
Estoy absolutamente de acuerdo con tu recesión literaria. Me ha encantado. 
Entro en el debate que propones pero no puedo quitarme lo que se denomina "gafas de lo social", mal que padecemos gentuza de ámbitos como la pedagogía, psicología, antropología, trabajo y educación social, que vivimos de las subvenciones y votamos a seres como ZP (porque los pardillos de nuestros padres nos pagaron una carrera jeje).
El punto fuerte del autor es empatizar con el lector a través de sus instintos más primarios, que en una sociedad del bienestar pos moderna, no es más que lo políticamente incorrecto.
Recuerda que lo políticamente correcto surge en consonancia con las medidas de discriminación positiva de política social de izquierdas en los años ochenta y noventa.
El protagonista conecta con nuestro lado oscuro haciéndonos guiños mientras nos burlamos de su hermano el triunfador. Pocos pueden acceder al mundo de restaurantes exclusivos, catas en Francia o familias numerosas. Así qué nos reímos de todos los clichés progresistas: el cine independiente, la cooperación internacional, la idealización del campo, etc. Y no nos sentimos mal porque creemos que el otro, el político, ha de ser el causante de la desgracia, el "malo".
La cosa se pone siniestra con los comentarios en relación a la sin techo asesinada y cuando aparece definitivamente la violencia como estilo comunicativo que define a Paul, que obviamente no es capaz de desarrollar una vida funcional. El autor nos muestra que una cosa es  la incoherencia manifiesta entre los valores que Serge dicen defender y sus intereses reales cotidianos como político y ciudadano de clase adinerada que es, y otra muy distinta es que a su hermano no le importe violar los derechos de los demás siempre y cuando satisfaga sus necesidades ante cualquier conflicto que se le presente (desde la corrección de un trabajo del instituto hasta los hechos que narra en el libro). Por el contrario Serge aparece como una persona con capacidad para la asertividad y el diálogo, competencias fundamentales en un político pues sin ellas no es posible llegar al consenso (ceder todos, no ganar ninguno).
Claire, la mujer de Paul, adopta una postura pasivo-agresiva, inesperada en nuestro estereotipo de holandesa liberada, más propio de una mamma de Chicago. Al igual que en su cuñada Babette, el instinto de protección y supervivencia más básicos priman en ellas. Confío que sea por simplificar la historia y no porque el autor considere que la mujer como madre ( la otra ya sabemos cómo es), piense con el útero y no tenga en nosotras cabida dilemas de tipo moral. 
Los adolescentes hacen lo que hacen porque, en mi opinión, son lo que siempre han sido: descubridores del mundo, potencia sin control. La agresividad es un instinto nato, fundamental para sobrevivir como especie mientras que La violencia se aprende, en casa, en el cole, con los amigos, en los medios, igual que todo lo demás. Así los primos responden al proceso de socialización en el que se han visto inmersos a través de sus padres, amigos, escuela y medios de comunicación.
Anteriormente resaltaba las habilidades comunicativas y para la resolución de conflictos de los dos actores principales (agresiva Paul y asertiva Serge) porque estas se adquieren o aprenden y se sustentan en los valores y creencias personales, e igualmente se transmiten. 
Michael, Rick y Beau son consumistas, exhibicionistas, materialistas, al igual que poliglotas, multifuncionales, cosmopolitas, chulos, etc. y han crecido como toda su generación en una sociedad que banaliza y anestesia ante el dolor de los demás. Por ello los dos primeros hacen lo que hacen y el tercero los chantajea.
Michael está convencido de que la violencia es una herramienta legítima para resolver conflictos, que injusticia es aquello que tu deseas y no te dan, que el fin justifica los medios, etc. 
Rick y Beau tienen conciencia del bien y del mal, para ellos la solidaridad y el compartir son algo más que conceptos pues son su día a día con una hermana dependiente y uno de ellos de origen africano. Por eso Beau ni si queda y Rick, aunque se deja arrastrar, pues todos erramos, sufre consecuencias emocionales.
La patología de Paul, heredada o no por su hijo, no sería relevante porque una enfermedad afectaría a aspectos como la impulsividad, (grado de agresividad al sentirte atacado) pero no a una decisión tomada, (acto violento premeditado). Para entendernos sería un leve atenuante, nunca un eximente, pues un psicópata es uno, nunca un grupo.
Hablaba al principio que el autor utilizaba premisas liberales contrarias a las políticas sociales de izquierdas para ir in crescendo helándonos  una sonrisa presuntamente cómplice criticando a los que aquí denominamos progres.
Entiendo que pretende hacernos reflexionar sobre el peligro de que este tipo de valores se impongan, pues las personas que los abanderan no son muy de consensuar, frente a lo aparatosos, incoherentes o incongruentes que nos resulten las políticas socialdemócratas que les han proporcionado paz y pan los últimos setenta años (lo que no quita que haya que revisarlas).
Destaco entonces al principal perjudicado y a la víctima de esta historia: Beau.
No sólo lo asesinan si no que dejan en el aire la duda de si abandonó a su familia, su madre, su padre, todos a los que quiso y a quienes le han querido en su corta vida. Como si conociera otra cosa. No comprenden que en las familias felices nadie se imagina otros padres, pero en las infelices los hijos biológicos, sueñan que son adoptados y sus verdaderos padres vienen a rescatarlos.
No hay que irse a Burkina Faso. 
Que políticos holandeses nos adopten ya!,,
Y no habrá bacterias con apellidos españoles, pero lugares en el planeta....!,!
Besos
Tu hija la mayor

                                                                           LA CENA DE HERMAN KOCH

                       En el cenáculo celebrado con motivo de las navidades, me tocó, “por riguroso turno”, comentar la novela La Cena (Podríamos encontrar una coincidencia más apropiada, pero lo dudo) de Herman Koch (Disculparme este inciso, pero con este apellido no puedo dejar de pensar en gérmenes y bacilos. Apellido también muy apropiado para el tema de la novela).
No es necesario decir que nuestra cena fue bastante más cordial y sin ninguna sorpresa truculenta aguardando a los postres.
En fin, allá vamos:
         Tenemos en las manos un artefacto, un mecanismo que va a funcionar de manera precisa, con los tiempos medidos, casi tomándonos la temperatura de nuestro interés al unísono de entregarnos, una a una, partes de la intriga.
La cena familiar, organizada por el hermano del protagonista en un restaurante de moda, se anuncia con la naturalidad propia de un acto cotidiano, pero pronto comienzan los relés del artefacto, accionados por Koch, a funcionar.
Una vuelta de tuerca: Michel, el hijo de la pareja Paul, Claire, está últimamente algo raro. Se nos adelanta. Pero, rápidamente, nos diluyen esta sospecha: ¿Alguna chica. Por casa pasan varias chicas. ¿Los estudios?....En fin, las preocupaciones propias de un jovencito corriente.
La felicidad es la normalidad, pero la felicidad también tiene un lado inquietante.
Otra vuelta de tuerca: ¿Por qué entró Paul, sin permiso, en la habitación de su hijo Michel y miró un mensaje en el teléfono móvil?
Mientras tanto pasan los platos de comida con profusión de aderezos nombrados con reverencia por el maître, en el que el aceite, la sal y hasta los más nimios y elementales componentes tienen una importancia acrecentada por el superlativo énfasis del maître que relata proveniencias casi míticas de sus alimentos.
Mientras tanto, se habla de cine, de la última película de Woody Allen, de la casita de Serge y Babette en la Dordoña, de vinos……
Mientras tanto, Paul aprovecha para hacer una crítica ácida y radical a los componentes cotidianos de la civilización y a mostrar a un Serge, el hermano, como arribista, trepador, snob…..
<Tenemos que hablar de nuestros hijos. Alguien dice. Otra vuelta de tuerca que predispone al lector.
Pero, mientras tanto, sirven el segundo plato.
Ahora ya se abre una parte del artefacto que deja al descubierto algo más que la iniciación de la trama: Un vídeo, una estación de metro, un mendigo: la humillación perpetrada por los hijos. Otro vídeo, los hijos asesinando cruelmente a una homeless.
Entonces ya caen las capas del mecanismo con rapidez: Michel, con la aceptación de sus padres, tiene que matar a Beau, hijo, hermano y primo, adoptivo, pues les chantajea con mostrar otro vídeo en YouTube donde se les ve como los asesinos de la homeless. Y así, sucesivamente, se nos va llevando a la capa final del artefacto con sorpresa sobrevenida: Paul consentidor. Paul, el padre, incitador. Sorpresa, si, porque hasta ese momento en la novela se nos ha ocultado la verdadera personalidad de Paul. Hubo anticipos a cuentagotas: Dije sorpresa sobrevenida. Gota  a gota: Después de un comienzo en que Paul es un hombre natural, modesto (Le gusta comer en una casa de comidas, justo enfrente del restaurante sofisticado elegido por su hermano Serge. Es un enseñante medio retirado por causa del estrés, contrariamente a Serge, un político de tanto éxito que tiene muchas posibilidades de ser el próximo presidente de su país) se nos revela que Paul tiene una enfermedad genética causante de su agresividad y que ha dejado de tomar la medicación que la neutraliza. Entonces todo se da la vuelta y Serge, deja de ser un personaje odioso para ofrecernos la cara de la conciencia social y se añade que Rick, su hijo, manifiesta los síntomas del complejo de culpa.

La solapa de la novela y la publicidad nos advierte con este enunciado:
¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del grupo?
Un enunciado que sintetiza las dos posturas de las dos familias. En un grupo, Paul, su esposa Claire y la dubitativa Babette, su cuñada, se adhieren al instinto de protección. Serge, el hermano, cuñado y marido, se inclina por respetar las normas de la sociedad.

Pero, en realidad, estas premisas actúan como incitantes a la reflexión, subrayan las contradicciones de esta sociedad occidental que llamamos civilizada y que cuando ocurren estos hechos nos sumen en la mayor de las perplejidades. Y estos hechos se repiten, una y otra vez, de distintas maneras y en cada una de ellas se muestra la llaga oscura que emponzoña la aparente cordialidad de una sociedad sostenida aparentemente por pilares sólidos basados en conceptos inalienables como el derecho, la ley, el respecto a las diferencias, las igualdades, etc. Sin embargo, de pronto, un grupo de jóvenes musulmanes, educados en las universidades prestigiosas de Londres, hijos de familias acomodadas y asentadas en el entorno, cometen un terrible atentado. Un o unos adolescentes de alguna ciudad de Estados Unidos, sin previo aviso, ni muestra alguna de esa intención perversa, entran en un instituto, una guardería y asesinan fríamente a condiscípulos o a niños. Un ciudadano aparentemente “normal”, desembarca en una isla noruega y se ensaña asesinando sin pasión y con una dedicación pasmosa a un número de jóvenes cuya cuantía magnifica aún más esa tragedia. Y así, se repiten a lo largo de estos nuestros países que glorificamos como el mayor logro de la civilidad.
Paranoicos. Racistas. Chauvinistas etnocéntricos. Radicales religiosos. Psicópatas. En realidad enfermos. Pero, ¿Es esto seguro? ¿Cuál es el grado de responsabilidad de estas sociedades que cobijan y educan a estos  seres? Y justo en esto es donde Koch se evade de esta reflexión, poniendo a los padres de Michel, como ejemplo que hace germinar esa raíz perversa en su hijo.  A Paul, el padre, como un psicópata, antisocial, a Claire, la madre como consentidora y alentadora de esa actitud. Y su hijo Michel, sugestiona a su primo Rick y nadie queda a salvo de esa influencia, pues Beau, primo y hermano adoptivo, aprovecha para chantajearles y con el beneficio de ese chantaje comprarse una moto. Motivo tan banal e infantil que pudiendo desencadenar tamañas consecuencias para las familias, subraya esa línea de sombra que enmarca la verdadera tragedia: La ausencia de culpa.
Podría ser de otra manera, por supuesto. Si Koch aportara a la narración unos padres sin ese comportamiento patológico, sin abundar en las connotaciones genéticas de ese comportamiento, el sentimiento de responsabilidad social no quedaría diluido. Y justo en esto es donde está el quid de la cuestión.
En la vida real no aparecen estos padres detrás de estos psicópatas y el pozo hondo del sentimiento de culpa social vuela sobre las conciencias de los ciudadanos sumiéndonos en la mayor de las perplejidades, sin poder razonar, ni comprender el origen de esa violencia implosiva que nace en el corazón de nuestras sagradas sociedades aderezadas de buena conciencia y sensación de haber llegado a uno de los cúlmenes de la civilización.

Preguntas para debatir:
¿Están nuestras sociedades del ámbito occidental enfermas?
¿Es tal la violencia reprimida, en la sociedad en conjunto o en alguno de sus ciudadanos, que genera esta reacción?
¿Es culpa de la educación?
El ambiente, las drogas, la permisividad familiar y social, ¿qué grado de influencia tienen en conjunto o por separado?
¿Es el sistema el que crea monstruos o los monstruos son  elementos individuales que genéticamente se desarrollan independientes de toda influencia?
¿Qué responsabilidad tiene el individuo genéticamente poseedor de una enfermedad de este tipo? ¿Qué deberes tiene la sociedad para mediatizar, neutralizar o curar el daño que pueda causarse o cause un enfermo de este tipo?


En fin, estas y otras cuestiones las debatiremos, si los hados quieren y vosotros, estimados contertulios lo deseáis, en nuestra próxima cita.




jueves, 13 de diciembre de 2012

Nuestros lecturas...

Acabamos de leer "El mar" de John Banville. Prestigioso libro, galardonado con el Premio Man Booker en el año de su publicación, 2005.

Novela espléndida que incita a reflexionar sobre cuestiones tan vitales como la pérdida, el dolor, la muerte y el poder sanador de la memoria. La historia que entreteje Max, su protagonista, entre pasado y presente nos mantiene atrapados hasta el final.

Escrita con brillantez, por algo es uno de los mejores autores en lengua inglesa de la actualidad, nos ha hecho disfrutar con unanimidad.



"La cena" es nuestra próxima lectura. Su autor, Herman Koch, se ha visto sorprendido por el éxito alcanzado con su novela, tanto en los Países Bajos, como en el resto de Europa.

Crítica social pura y dura; una historia seria y grave "que seguro nos tocará muy de cerca", servida con sarcasmo, es lo que nos espera, cual si fuese una cena indigesta.

Feliz lectura y Felices Fiestas.