Comencé a leer
“La cena” con cierto interés, motivado, en buena medida, por ecos encomiables
de conocidos. A medida que avanzaba en la lectura, comenzaron a pugnar en mi
lector interior dos sentimientos, el de salvar los “ecos encomiables” y el sentimiento desazonante de que estaba
cayendo en un engaño. A partir de la mitad de la novela, más o menos, fue la
desazón la que se acabó imponiendo. “La cena” pasó, entonces, a convertirse en
trampa, en engaño puro y duro, en fiasco. Y eso me cabreó, así como suena,
conmigo mismo, por haber creído, durante una parte de la lectura, que el gato
era liebre. Caí como un pardillo. Y, a partir de ahí, y tomando distancia, me puse
a buscar las razones literarias del engaño.
1ª. Razón. Mediada la novela
descubrimos, por una suerte de deus ex
machina, que el protagonista, Paul, es un “jamao”, “malo malísimo” y su hermano, el político, el
“bueno”. Y eso, después de pasarse media novela buscando la empatía del lector
con Paul (crítico acerado de la burguesía gilipollas y sus costumbres y
honradamente preocupado por su hijo) y la antipatía con su hermano (político
estúpido donde los haya). Ningún indicio narrativo nos permite sospechar en las
ciento y muchas primeras páginas de la novela semejante milagro de
metamorfosis. Una buena narración del tipo realista-costumbrista admite cualquier
transgresión de lo real verdadero, pero nunca de lo verosímil. Si, además, el
autor nos explica, a toro pasado, el cambio del protagonista por defectos de
“fábrica” cromosómicos y genéticos, la inverosimilitud literaria se convierte
en ridiculez. Pero es que de la metamorfosis del hermano solo nos da, por
defecto, la generación espontánea.
2ª Razón. Con semejantes personajes se falsea hasta lo imposible el “fondo” (¿?) de lo que
parece que nos va a ofrecer la novela: un debate moral sobre la amoralidad de
una sociedad maleducada. ¿Cómo puede haber debate si, literariamente, no se
sabe quién es quién y qué es que en la novela? Nadie, nada. Todo es menos que
cero. La doble postura en la búsqueda de
lo mejor para los hijos es maniquea, sin matices. Y el maniqueísmo nunca le
siente bien a una novela “moral” honrada
tanto técnica como temáticamente.
3ª Razón y, quizá la más
significativa, desde la estilística narrativa.
El uso de los enfoques, o puntos de vista narrativos, no es arbitrario a
la hora de escribir una novela. Según lo
que quiera contar –el qué-, un novelista elige la primera, la segunda o la
tercera persona en sus múltiples variantes –el cómo-.
Koch elige la primera persona
que encarna en Paul. Genéricamente hablando un autor utiliza la primera persona
para hacer más verosímil la historia que cuenta. Solo una pregunta: ¿Es
verosímil un yo narrativo que al final de la novela acaba apareciendo como todo
lo contrario que aparecía al comienzo de la misma? ¿Cómo un yo narrativo que
conoce –debe conocer-, su historia desde que comienza a contarla solo se da a
conocer al lector al final de la novela?
Posiblemente seguiría siendo una historia tramposa, pero un
narrador-dios en tercera persona habría suavizado la burla.
En conclusión: la
culpa ha sido mía. He querido leer “La cena” como una buena novela cuando la
realidad es que se trata de un Bestseller, más bestseller que otros. Me he dado
a mi mismo gato por liebre. Es muy posible que Koch solo pretendiese vender
millares de ejemplares. Y en eso, realmente acertó.
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