miércoles, 6 de febrero de 2013

Una cena con trampa y cartón


Comencé a leer “La cena” con cierto interés, motivado, en buena medida, por ecos encomiables de conocidos. A medida que avanzaba en la lectura, comenzaron a pugnar en mi lector interior dos sentimientos, el de salvar los “ecos encomiables” y  el sentimiento desazonante de que estaba cayendo en un engaño. A partir de la mitad de la novela, más o menos, fue la desazón la que se acabó imponiendo. “La cena” pasó, entonces, a convertirse en trampa, en engaño puro y duro, en fiasco. Y eso me cabreó, así como suena, conmigo mismo, por haber creído, durante una parte de la lectura, que el gato era liebre. Caí como un pardillo. Y, a partir de ahí, y tomando distancia, me puse a buscar las razones literarias del engaño.

1ª. Razón. Mediada la novela descubrimos, por una suerte de deus ex machina, que el protagonista, Paul, es  un “jamao”,  “malo malísimo” y su hermano, el político, el “bueno”. Y eso, después de pasarse media novela buscando la empatía del lector con Paul (crítico acerado de la burguesía gilipollas y sus costumbres y honradamente preocupado por su hijo) y la antipatía con su hermano (político estúpido donde los haya). Ningún indicio narrativo nos permite sospechar en las ciento y muchas primeras páginas de la novela semejante milagro de metamorfosis. Una buena narración del tipo realista-costumbrista admite cualquier transgresión de lo real verdadero, pero nunca de lo verosímil. Si, además, el autor nos explica, a toro pasado, el cambio del protagonista por defectos de “fábrica” cromosómicos y genéticos, la inverosimilitud literaria se convierte en ridiculez. Pero es que de la metamorfosis del hermano solo nos da, por defecto, la generación espontánea.

2ª Razón.  Con semejantes personajes se falsea  hasta lo imposible el “fondo” (¿?) de lo que parece que nos va a ofrecer la novela: un debate moral sobre la amoralidad de una sociedad maleducada. ¿Cómo puede haber debate si, literariamente, no se sabe quién es quién y qué es que en la novela? Nadie, nada. Todo es menos que cero.  La doble postura en la búsqueda de lo mejor para los hijos es maniquea, sin matices. Y el maniqueísmo nunca le siente bien a una novela “moral”  honrada tanto técnica como temáticamente.

3ª Razón y, quizá la más significativa, desde la estilística narrativa.  El uso de los enfoques, o puntos de vista narrativos, no es arbitrario a la hora de escribir una novela.  Según lo que quiera contar –el qué-, un novelista elige la primera, la segunda o la tercera persona en sus múltiples variantes –el cómo-.
Koch elige la primera persona que encarna en Paul. Genéricamente hablando un autor utiliza la primera persona para hacer más verosímil la historia que cuenta. Solo una pregunta: ¿Es verosímil un yo narrativo que al final de la novela acaba apareciendo como todo lo contrario que aparecía al comienzo de la misma? ¿Cómo un yo narrativo que conoce –debe conocer-, su historia desde que comienza a contarla solo se da a conocer al lector al final de la novela?  Posiblemente seguiría siendo una historia tramposa, pero un narrador-dios en tercera persona habría suavizado la burla.

En conclusión: la culpa ha sido mía. He querido leer “La cena” como una buena novela cuando la realidad es que se trata de un Bestseller, más bestseller que otros. Me he dado a mi mismo gato por liebre. Es muy posible que Koch solo pretendiese vender millares de ejemplares. Y en eso, realmente acertó.
   

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