sábado, 29 de diciembre de 2012

                                                                           LA CENA DE HERMAN KOCH

                       En el cenáculo celebrado con motivo de las navidades, me tocó, “por riguroso turno”, comentar la novela La Cena (Podríamos encontrar una coincidencia más apropiada, pero lo dudo) de Herman Koch (Disculparme este inciso, pero con este apellido no puedo dejar de pensar en gérmenes y bacilos. Apellido también muy apropiado para el tema de la novela).
No es necesario decir que nuestra cena fue bastante más cordial y sin ninguna sorpresa truculenta aguardando a los postres.
En fin, allá vamos:
         Tenemos en las manos un artefacto, un mecanismo que va a funcionar de manera precisa, con los tiempos medidos, casi tomándonos la temperatura de nuestro interés al unísono de entregarnos, una a una, partes de la intriga.
La cena familiar, organizada por el hermano del protagonista en un restaurante de moda, se anuncia con la naturalidad propia de un acto cotidiano, pero pronto comienzan los relés del artefacto, accionados por Koch, a funcionar.
Una vuelta de tuerca: Michel, el hijo de la pareja Paul, Claire, está últimamente algo raro. Se nos adelanta. Pero, rápidamente, nos diluyen esta sospecha: ¿Alguna chica. Por casa pasan varias chicas. ¿Los estudios?....En fin, las preocupaciones propias de un jovencito corriente.
La felicidad es la normalidad, pero la felicidad también tiene un lado inquietante.
Otra vuelta de tuerca: ¿Por qué entró Paul, sin permiso, en la habitación de su hijo Michel y miró un mensaje en el teléfono móvil?
Mientras tanto pasan los platos de comida con profusión de aderezos nombrados con reverencia por el maître, en el que el aceite, la sal y hasta los más nimios y elementales componentes tienen una importancia acrecentada por el superlativo énfasis del maître que relata proveniencias casi míticas de sus alimentos.
Mientras tanto, se habla de cine, de la última película de Woody Allen, de la casita de Serge y Babette en la Dordoña, de vinos……
Mientras tanto, Paul aprovecha para hacer una crítica ácida y radical a los componentes cotidianos de la civilización y a mostrar a un Serge, el hermano, como arribista, trepador, snob…..
<Tenemos que hablar de nuestros hijos. Alguien dice. Otra vuelta de tuerca que predispone al lector.
Pero, mientras tanto, sirven el segundo plato.
Ahora ya se abre una parte del artefacto que deja al descubierto algo más que la iniciación de la trama: Un vídeo, una estación de metro, un mendigo: la humillación perpetrada por los hijos. Otro vídeo, los hijos asesinando cruelmente a una homeless.
Entonces ya caen las capas del mecanismo con rapidez: Michel, con la aceptación de sus padres, tiene que matar a Beau, hijo, hermano y primo, adoptivo, pues les chantajea con mostrar otro vídeo en YouTube donde se les ve como los asesinos de la homeless. Y así, sucesivamente, se nos va llevando a la capa final del artefacto con sorpresa sobrevenida: Paul consentidor. Paul, el padre, incitador. Sorpresa, si, porque hasta ese momento en la novela se nos ha ocultado la verdadera personalidad de Paul. Hubo anticipos a cuentagotas: Dije sorpresa sobrevenida. Gota  a gota: Después de un comienzo en que Paul es un hombre natural, modesto (Le gusta comer en una casa de comidas, justo enfrente del restaurante sofisticado elegido por su hermano Serge. Es un enseñante medio retirado por causa del estrés, contrariamente a Serge, un político de tanto éxito que tiene muchas posibilidades de ser el próximo presidente de su país) se nos revela que Paul tiene una enfermedad genética causante de su agresividad y que ha dejado de tomar la medicación que la neutraliza. Entonces todo se da la vuelta y Serge, deja de ser un personaje odioso para ofrecernos la cara de la conciencia social y se añade que Rick, su hijo, manifiesta los síntomas del complejo de culpa.

La solapa de la novela y la publicidad nos advierte con este enunciado:
¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del grupo?
Un enunciado que sintetiza las dos posturas de las dos familias. En un grupo, Paul, su esposa Claire y la dubitativa Babette, su cuñada, se adhieren al instinto de protección. Serge, el hermano, cuñado y marido, se inclina por respetar las normas de la sociedad.

Pero, en realidad, estas premisas actúan como incitantes a la reflexión, subrayan las contradicciones de esta sociedad occidental que llamamos civilizada y que cuando ocurren estos hechos nos sumen en la mayor de las perplejidades. Y estos hechos se repiten, una y otra vez, de distintas maneras y en cada una de ellas se muestra la llaga oscura que emponzoña la aparente cordialidad de una sociedad sostenida aparentemente por pilares sólidos basados en conceptos inalienables como el derecho, la ley, el respecto a las diferencias, las igualdades, etc. Sin embargo, de pronto, un grupo de jóvenes musulmanes, educados en las universidades prestigiosas de Londres, hijos de familias acomodadas y asentadas en el entorno, cometen un terrible atentado. Un o unos adolescentes de alguna ciudad de Estados Unidos, sin previo aviso, ni muestra alguna de esa intención perversa, entran en un instituto, una guardería y asesinan fríamente a condiscípulos o a niños. Un ciudadano aparentemente “normal”, desembarca en una isla noruega y se ensaña asesinando sin pasión y con una dedicación pasmosa a un número de jóvenes cuya cuantía magnifica aún más esa tragedia. Y así, se repiten a lo largo de estos nuestros países que glorificamos como el mayor logro de la civilidad.
Paranoicos. Racistas. Chauvinistas etnocéntricos. Radicales religiosos. Psicópatas. En realidad enfermos. Pero, ¿Es esto seguro? ¿Cuál es el grado de responsabilidad de estas sociedades que cobijan y educan a estos  seres? Y justo en esto es donde Koch se evade de esta reflexión, poniendo a los padres de Michel, como ejemplo que hace germinar esa raíz perversa en su hijo.  A Paul, el padre, como un psicópata, antisocial, a Claire, la madre como consentidora y alentadora de esa actitud. Y su hijo Michel, sugestiona a su primo Rick y nadie queda a salvo de esa influencia, pues Beau, primo y hermano adoptivo, aprovecha para chantajearles y con el beneficio de ese chantaje comprarse una moto. Motivo tan banal e infantil que pudiendo desencadenar tamañas consecuencias para las familias, subraya esa línea de sombra que enmarca la verdadera tragedia: La ausencia de culpa.
Podría ser de otra manera, por supuesto. Si Koch aportara a la narración unos padres sin ese comportamiento patológico, sin abundar en las connotaciones genéticas de ese comportamiento, el sentimiento de responsabilidad social no quedaría diluido. Y justo en esto es donde está el quid de la cuestión.
En la vida real no aparecen estos padres detrás de estos psicópatas y el pozo hondo del sentimiento de culpa social vuela sobre las conciencias de los ciudadanos sumiéndonos en la mayor de las perplejidades, sin poder razonar, ni comprender el origen de esa violencia implosiva que nace en el corazón de nuestras sagradas sociedades aderezadas de buena conciencia y sensación de haber llegado a uno de los cúlmenes de la civilización.

Preguntas para debatir:
¿Están nuestras sociedades del ámbito occidental enfermas?
¿Es tal la violencia reprimida, en la sociedad en conjunto o en alguno de sus ciudadanos, que genera esta reacción?
¿Es culpa de la educación?
El ambiente, las drogas, la permisividad familiar y social, ¿qué grado de influencia tienen en conjunto o por separado?
¿Es el sistema el que crea monstruos o los monstruos son  elementos individuales que genéticamente se desarrollan independientes de toda influencia?
¿Qué responsabilidad tiene el individuo genéticamente poseedor de una enfermedad de este tipo? ¿Qué deberes tiene la sociedad para mediatizar, neutralizar o curar el daño que pueda causarse o cause un enfermo de este tipo?


En fin, estas y otras cuestiones las debatiremos, si los hados quieren y vosotros, estimados contertulios lo deseáis, en nuestra próxima cita.




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