domingo, 5 de mayo de 2013


Sobre Las Poseídas y un poco más, quizá.
        Lo más fácil sería el decir que esta es una novela de adolescentes que narra ese rito de tránsito tan difícil, a veces traumático, llamada novela de paso, novela de crecimiento. Que lo es, con todo lo que esto implica y que está contenido dentro de esta novela brillante en el lenguaje, con expresiones de feliz logro y frases redondas que complementan el discurrir de la acción.

Un colegio de monjas, ubicado en un edificio anteriormente asilo de niños abandonados. (Un guiño, la similitud) La rebelión de unas estudiantes al acortarse las faldas. Rebelión en dos direcciones: casi estética, contra la uniformidad en otra las muchas formas en que se manifiesta la compleja búsqueda de la personalidad y rebelión hormonal en la que esas jovencitas se descubren el potencial de sus cuerpos. Las relaciones sociales entre estudiantes y su mecanismo complejo de la división en clases o castas definitorias del estatus social y de la personalidad individual. La atracción mimética entre seres que discrepan de las castas formadas por una arbitrariedad aparente y que se unen en su marginalidad.

Todo esto transcurre por estas páginas con sabor gótico: los pasillos y habitaciones casi abandonadas, poco transitadas; lugares de encuentro furtivo. La escalera elíptica de una torre enigmática. El fantasma. La secta acólita a esta fantasma. Una muerte de causa y modo poco convincentes, con lugar a dudas casi metafísicas; justo las que dan lugar a la mística y a ese terreno lacustre y nebuloso donde nacen las leyendas, tan afines a esa edad; puerta de entrada a la gruta por donde se camina a la revelación (nada ajeno, por cierto, a Platón y a todas las sagas y fábulas que en el mundo se hicieron y hacen como símbolos y enseñanzas) La casa tan de Lewis Carroll con sus fotografías de púberes desnudas y su perverso iniciador. La misma casa que guarda al exhibicionista. El exhibicionista oculto en la casa de Marisol: Dentro, en el interior de las cosas y de los seres se oculta el lado oscuro, desvelarlo es el oficio de la adolescencia, aunque su revelación solo nos ofrezca una realidad ¨natural¨ que es la establecida, inmarcesible e inalterable. Esta aceptación es justificación del discurrir unívoco de la historia que satisface al poder y a sus múltiples cabezas de hidra, detentadoras cada una de un extracto, una porción del poder.

¡Ay!, ¡Cuánto debemos a la misma fuente beber de la misma agua con distinto sabor! ¿Acaso Ariadna, Teseo y Dionisio no se perdían y se encontraban en ese laberinto de la Creta universal? No, no me olvido del Minotauro, este forma parte de la función, tanto como Lewis Carroll o el anciano exhibicionista. Actúan en la irracionalidad de su estado, son dueños de sí en la misma proporción que los dominan los instintos. También este dominio de los instintos más primitivos, menos sofisticados, ya domesticados por la civilidad, es la llave que abre la puerta del tránsito de la adolescencia a la viabilidad del comportamiento socialmente establecido. López, al fin, ve la luz al final del laberinto.

 Otra vez las referencias a la configuración primaria de nuestra civilización y de la estratificación esencial de nuestro pensamiento occidental. El colegio como laberinto, el laberinto símbolo de búsqueda, el laberinto como discurso, la mayéutica de las preguntas y respuestas que nos conducirán a la verdad. Y así es, para López, como luego veremos. 

 Esa Verdad esclarecedora, hermana de la Belleza y que con su revelación beatífica curará el espíritu. (Cuánta deuda, también en Freud a la mayéutica socrática. Y para nosotros, ¿no es quizá también un escaso pilar, aunque sólido, para sustentar tantas posibilidades de interpretar el mundo como lugar donde nuestro ser se realiza?)

Un poco, muy poco, de Holden Cauldfiel. La rebelión como forma de gamberrada juvenil o, la rebelión juvenil como forma de gamberrada. Si un mucho de la sexualidad como misterio a descubrir, arma a usar y herramienta de uso.

Gran personaje el de Felisa. La voluntariamente marginal suicida, habitante de un mundo propio, complejo y fantasmal, que subyuga a la protagonista. Una protagonista desdoblada, escindida en su yo, en una López alter ego y conciencia de sí misma. Interesante este desdoblamiento admonitorio y que actúa como alternativa del ser. Alternativa que luego se hará presente definitivo, pero para ello tienen que ocurrir ciertas cosas. Que a Felisa se le dictamine la causa de su actuación en la definición de su comportamiento: es una enferma mental. La nomenclatura aclara, determina y justifica. Una vez nombrada la enfermedad, ya patente, queda regulada y ocupa el lugar social que le corresponde. La sociedad queda a salvo en su “normalidad”. La marginalidad, de cualquier signo, subraya con su presencia extraordinaria, excepcional, la evidencia de la normalidad.

Felisa es pertinaz con su negación de buscarse un lugar en este mundo. La protagonista no usa a López como una parte esquizoide de su ser, López es un catalizador pronto a usar como el traje que se guarda en el ropero para esa ocasión especial, tanto que es la definitiva, tanto como que entonces López se hace cuerpo y elige, pero cuando ha sido elegida: Tiene una cita con el hermano de la chica guay, la Barbie del colegio, la familia rica que puede, ¿quién sabe?, ¿por qué no?, ascenderla de clase social.

La justificación de la existencia es la aceptación individual del existir, luego toca el enroque social.

Hay quién se queda en el primer paso: los poetas, los filósofos y los locos. Cabe preguntarse si no son lo mismo.

Querido amigos, espero vuestra disensión. Como en la mayéutica socrática, juntos, en el debate, quizá nos acerquemos a la verdad. Cuando menos la verdad relativa de esta novela y lo que ella nos haga pensar.

Saludos y un abrazo.

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