Sobre
Las Poseídas y un poco más, quizá.
Lo más fácil
sería el decir que esta es una novela de adolescentes que narra ese rito de
tránsito tan difícil, a veces traumático, llamada novela
de paso, novela de crecimiento. Que lo es, con todo lo que esto implica y que
está contenido dentro de esta novela brillante en el lenguaje, con expresiones
de feliz logro y frases redondas que complementan el discurrir de la acción.
Un colegio de monjas, ubicado en un edificio anteriormente asilo
de niños abandonados. (Un guiño, la similitud) La rebelión de unas estudiantes
al acortarse las faldas. Rebelión en dos direcciones: casi estética, contra la
uniformidad en otra las muchas formas en que se manifiesta la compleja búsqueda
de la personalidad y rebelión hormonal en la que esas jovencitas se descubren
el potencial de sus cuerpos. Las relaciones sociales entre estudiantes y su
mecanismo complejo de la división en clases o castas definitorias del estatus
social y de la personalidad individual. La atracción mimética entre seres que
discrepan de las castas formadas por una arbitrariedad aparente y que se unen
en su marginalidad.
Todo esto transcurre por estas páginas con sabor gótico: los
pasillos y habitaciones casi abandonadas, poco transitadas; lugares de
encuentro furtivo. La escalera elíptica de una torre enigmática. El fantasma.
La secta acólita a esta fantasma. Una muerte de causa y modo poco convincentes,
con lugar a dudas casi metafísicas; justo las que dan lugar a la mística y a
ese terreno lacustre y nebuloso donde nacen las leyendas, tan afines a esa
edad; puerta de entrada a la gruta por donde se camina a la revelación (nada
ajeno, por cierto, a Platón y a todas las sagas y fábulas que en el mundo se
hicieron y hacen como símbolos y enseñanzas) La casa tan de Lewis Carroll con
sus fotografías de púberes desnudas y su perverso iniciador. La misma casa que
guarda al exhibicionista. El exhibicionista oculto en la casa de Marisol:
Dentro, en el interior de las cosas y de los seres se oculta el lado oscuro,
desvelarlo es el oficio de la adolescencia, aunque su revelación solo nos
ofrezca una realidad ¨natural¨ que es la establecida, inmarcesible e
inalterable. Esta aceptación es justificación del discurrir unívoco de la
historia que satisface al poder y a sus múltiples cabezas de hidra,
detentadoras cada una de un extracto, una porción del poder.
¡Ay!, ¡Cuánto debemos a la misma fuente beber de la misma agua
con distinto sabor! ¿Acaso Ariadna, Teseo y Dionisio no se perdían y se
encontraban en ese laberinto de la Creta universal? No, no me olvido del
Minotauro, este forma parte de la función, tanto como Lewis Carroll o el
anciano exhibicionista. Actúan en la irracionalidad de su estado, son dueños de
sí en la misma proporción que los dominan los instintos. También este dominio
de los instintos más primitivos, menos sofisticados, ya domesticados por la
civilidad, es la llave que abre la puerta del tránsito de la adolescencia a la
viabilidad del comportamiento socialmente establecido. López, al fin, ve la luz
al final del laberinto.
Otra vez las referencias
a la configuración primaria de nuestra civilización y de la estratificación
esencial de nuestro pensamiento occidental. El colegio como laberinto, el
laberinto símbolo de búsqueda, el laberinto como discurso, la mayéutica de las
preguntas y respuestas que nos conducirán a la verdad. Y así es, para López,
como luego veremos.
Esa Verdad esclarecedora,
hermana de la Belleza y que con su revelación beatífica curará el espíritu.
(Cuánta deuda, también en Freud a la mayéutica socrática. Y para nosotros, ¿no
es quizá también un escaso pilar, aunque sólido, para sustentar tantas
posibilidades de interpretar el mundo como lugar donde nuestro ser se realiza?)
Un poco, muy poco, de Holden
Cauldfiel. La rebelión como forma de gamberrada juvenil o, la rebelión
juvenil como forma de gamberrada. Si un mucho de la sexualidad como misterio a
descubrir, arma a usar y herramienta de uso.
Gran personaje el de Felisa. La voluntariamente marginal
suicida, habitante de un mundo propio, complejo y fantasmal, que subyuga a la
protagonista. Una protagonista desdoblada, escindida en su yo, en una López alter
ego y conciencia de sí misma. Interesante este desdoblamiento admonitorio y que
actúa como alternativa del ser. Alternativa que luego se hará presente
definitivo, pero para ello tienen que ocurrir ciertas cosas. Que a Felisa se le
dictamine la causa de su actuación en la definición de su comportamiento: es
una enferma mental. La nomenclatura aclara, determina y justifica. Una vez
nombrada la enfermedad, ya patente, queda regulada y ocupa el lugar social que
le corresponde. La sociedad queda a salvo en su “normalidad”. La marginalidad,
de cualquier signo, subraya con su presencia extraordinaria, excepcional, la
evidencia de la normalidad.
Felisa es pertinaz con su negación de buscarse un lugar en este
mundo. La protagonista no usa a López como una parte esquizoide de su ser,
López es un catalizador pronto a usar como el traje que se guarda en el ropero
para esa ocasión especial, tanto que es la definitiva, tanto como que entonces
López se hace cuerpo y elige, pero cuando ha sido elegida: Tiene una cita con
el hermano de la chica guay, la Barbie del colegio, la familia rica que puede,
¿quién sabe?, ¿por qué no?, ascenderla de clase social.
La justificación de la existencia es la aceptación individual
del existir, luego toca el enroque social.
Hay quién se queda en el primer paso: los poetas, los filósofos
y los locos. Cabe preguntarse si no son lo mismo.
Querido amigos, espero vuestra disensión. Como en la mayéutica
socrática, juntos, en el debate, quizá nos acerquemos a la verdad. Cuando menos
la verdad relativa de esta novela y lo que ella nos haga pensar.
Saludos y un abrazo.
Gracias, querido Rafa, por tu inestimable aportación. Un gran abrazo.
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