domingo, 18 de marzo de 2012

Vidas Minúsculas y los Once de Pierre Michon

Os adjunto un comentario de Vidas Minúsculas y Los Once de Pierre Michon

I.- "Vidas minúsculas", me parece una preciosa galería de retratos. El virtuosismo no lo pone ni el dibujo ni el color ni la expresión de los personajes. Claro, como no es una cuadro, el color lo pone una prosa maravillosa que sabe encontrar la prosodia que le va a cada personaje. Me gustan más los retratos antiguos: Dufourneu, el ausente, y los abuelos, Eugene y Clara; o los más ajenos al narrador-escritor, como el cura Georges Bandy o la pequeña muerta. Me gusta cuando la figura del narrador- escritor es tangencial, cuando va emergiendo, cobrando relieve a través de otros. Sin embrago, cuando su perfil se vuelve muy pleno, muy claro la novela empieza a tomar un sesgo demasiado autobiográfico, me interesa menos. De todas formas, supongo que, al final, Michon consigue lo que persigue: que la escritura se coma la vida, que él mismo solo nazca a la luz del mundo mediante un torrente de palabras, de hermosísimas palabras. Pero, en mi opinión, en todo esto hay un peligro: cuando las hermosas palabras no van de la mano de la vida, sino que la intentan suplantar, se vuelven un tanto alambicadas, demasiado cerradas en sí mismas, les falta impulso, fin.

II.- "Los once" me fascinó. El lenguaje es igual de brillante, pero aquí, en mi opinión, se inserta en una estructura narrativa más sólida. Y, además, es algo distinto. Me gusta su propuesta: vamos a escribir un cuadro. ¿Esto es nuevo? Ya lo hizo Foucault, con las Meninas o con la pipa-que-no-es-una-pipa de Magritte, o con la camarera de Matisse. También lo ha hecho, hace muy poco, Calasso con los cuadros de Tiepolo. Pero Michon, en esta novela, hace algo diferente. Porque no se nos cuenta un cuadro, ni se escoge un cuadro para una sesuda o brillante disertación sobre el concepto de representación. Aquí se novela un cuadro. Y se novela con lo más genuino y característico de las novelas: soñando mundos que no son hasta que el autor y el lector los alumbran. Por eso, porque quiere novelar, Michon no nos cuenta un cuadro, sino que sueña un cuadro, se lo inventa con nosotros, sus lectores.
¿Y que nos ofrece el libro- cuadro? Le he dado muchas vueltas y no acabo de encontrar una metáfora clara, rotunda. Yo creo que más que una metáfora o un enredo metaliterario, el cuadro es, sobre todo, un eficacísimo recurso literario. Es, como ya he dicho, un recurso original, brillante; pero además nos sirve para mostrar y ocultar una novela histórica. Porque yo creo que "los once" es una novela histórica, pero no, desde luego, una novela histórica convencional. No necesita ni utiliza una trama, le basta con ofrecernos una pincelada, una pincelada difusa pero vigorosa que nos muestre el rostro de aquel terror que, al mismo tiempo, es la imagen de un sueño roto. Y con esa pincelada nos brinda un retrato fidelísimo y extraordinariamente vivo de la época. Porque en esos once vemos la convicción, la ilusión, el impulso, la fuerza, la determinación inquebrantable de cambiar las cosas. Pero lo que mejor vemos es lo que ocurre cuando el impulso va sin freno: pues que los monstruos ocupan a su antojo los sueños de la razón y que ese nuevo Dios soñado se convierte en un ídolo sanguinario. Esos once poetas eran tan sólo el brazo ejecutor de la voluntad general, de esa voluntad general indivisible, inalienable, inapelable, infalible; esa voluntad general llamada a hacer realidad el sueño de la libertad: que cada hombre dándose a todos no se dé mas que a sí mismo. Esa voluntad general era el sueño de la razón, el sueño que hizo diosa a la razón. Y ellos, los once, su humilde y etéreo brazo ejecutor, brazo ejecutor que se limitaba a hacer subir y bajar la cuchilla para ofrecer, una vez más, un sacrificio de sangre y muerte a su diosa. Al final, nos topamos con la historia de siempre: allá donde exista un Dios que acapare el poder, aparecen unos sumos sacerdotes dispuestos a administrarlo. Y más al final aún, allá a lo lejos, ya se vislumbra "el polvo incalculable que fue ejércitos" de que hablaba Borges; el guardián de la revolución, el salvador de la patria que la cobija a la sombra de las bayonetas.
Por lo demás, la estructura de la novela es bastante sencilla.
El inicio parece un poco desconcertante. Nos presenta a alguien que no sabemos muy bien quién es, pero que ya suponemos que ha de ser el autor del cuadro que da nombre al libro. Y nos lo presenta, igualmente, a través de un cuadro, un fresco de Tiepolo.
En el capítulo segundo, comienza a narrarnos la biografía de Corentín. Aquí ya aparece de forma clara, el elemento narrativo que da cuerpo a la estructura del libro: ese caballero, esa segunda persona con la que dialoga el narrador y que parece acompañarlo en la visita al Louvre, donde el cuadro se encuentra. De este modo, todo lo que nos cuenta se estructura a través de esa visita. En la antesala tenemos la información biográfica de Corentín, así como la de los propios personajes retratados en el cuadro. Ello da pie al relato de la primera parte del libro, aunque esta información es, por supuesto, recreada y amplificada por el narrador con un lenguaje deslumbrante. La segunda parte del libro, nos cuenta la forma en que el cuadro fue encargado, encargo que oculta una intriga política. El narrador vuelve a jugar con los materiales que parecen en la antesala del Louvre, así como con una cita apócrifa de doce páginas que la Historia de la Revolución Francesa de Michelet dedica al cuadro. Aunque, una vez más, en la recreación literaria de todo este material, Michon se permite todo tipo de maravillosas licencias.
Me gusta especialmente la primera parte del libro, el relato de la infancia de Corentín. Michon, al contarnos su historia, nos zambulle en el alma del pueblo, ese alma que se ahoga en el barro sobre el que los poderosos colocan los pilares de su fortuna, antes igual que ahora (lo recuerda varias veces). Eso que los "once" tendrían que haber cambiado y que, por supuesto, no cambiaron; eso de lo que sólo por azar, uno de cada cien, uno de cada mil o uno de cada diez mil, se puede librar; se libró Corentín y esto le permitió pintar a "los once"... aquellos que todo lo tenían que cambiar y nada cambiaron.

Javier Suárez

2 comentarios:

  1. He leido con muchísimo gusto y admiración la polilectura que haces de "Los once", porque pones palabra a mi propia fascinación y porque a mí el "susto" de su lectura me dejó tartamudo. Gracias y un abrazo.

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